Es increíble ver como el talento de este artista construye una magnífica ilustración desde el boceto inicial hasta el acabado final. Os dejamos unas muestras para que juzguéis vosotros mismos.










(Córdoba, 1974) Los primeros años de vida de la criatura estudiada carecen de ningún valor etnológico o antropológico válido, por lo que podemos obviar las consabidas fases de nacimiento, crecimiento y embotellamiento de la personalidad del individuo, y centrémonos en el momento principal de la infección viral que lo convirtió en el desecho social en que se ha convertido en el día de hoy (siempre en el mejor sentido de la palabra desecho: “Lo que queda después de haber escogido lo mejor y más útil de una cosa”), y es precisamente cuando, convaleciente de una operación múltiple de ligamentos en una rodilla fruto de un accidente al jugar en el patio del colegio (que manda narices, por cierto), reúne el valor necesario para acabarse por fin El Señor de los Anillos, y en el momento justo en que el bueno de Sam Gamyi le dice a su parienta aquello de “otra vez de vuelta”, al señor Polo le hace clic en vez de clac algo en el cerebro y se nos transforma en fan letal para lo que le queda de vida.
– Al Diego lo mató aquel toro el día del lanceamiento –dixo, con grand desprecio–. Bien le está por ser tan hideputa.
Aquella era la taberna. Muchos bebían et fazían negocio allí dentro, servidos por una muger madura et otra más moza, que entraban et salían de una puerta al fondo. A un cabo se apilaban unos barriles et barriletes, bien a la vista de todos, pues era sin dubda el vino de los viñedos de la cibdad que el Concejo autorizaba a vender, mas bien se sabía que Juan Ruyz aprovechaba el su cargo de jurado para vender el vino de la su propria cosecha, que servía a ascondidas a todo aquel que lo quisiesse degustar, como anunciaba la rama que había somo la puerta. Busquélo entre los que allí estaban preguntando por él. Estaba sentado a una mesa con una compaña de hombres. Percatéme tan bien de un hombre solitario que estaba cabo de la puerta que daba al patio, catando a todo el que entraba en la taberna.
Entré en la calle, parado a fazer el teatro que había pensado. La mayoría de las casas carecían de parte de la fachada, o de toda, dexando al descubierto su ruynoso interior, iluminado por el fuego de varias fogueras que ardían en distintas partes et en torno a las quales se reunían mendigos et criminales. Difícil labor era probar distinguillos, mas non hube dubda de qué clase de gente moraba en una casa que se erigía más o menos a la mitad de la calle, la única que conservaba intactas las paredes, al menos las que daban a fuera. Había una puerta de madera carcomida en algunas zonas, tan vieja que daba la impresión de que iba a tornarse en polvo al tocalla. Estaba entrabierta et dexaba veer un amplio zaguán. En tanto que empuxé la foja, oyóse tal chirrido que un tamborilero habría passado más desapercebido. Los dos individuos que había dentro me clavaron tal mirada que, de ser cuchillos los sus ojos, habríanme atravesado de parte a parte. Uno lucía una sucia barba morena et jugueteaba sentado en el suelo con dos cuchillos, demientre el otro, más alto et fibroso, sostenía una lanza apoyado en la pared.
Así que al día siguiente me encaminé a la bolliciosa collación de San Andrés en busca del señor Ponce, que así dezían al que pertenecía al gremio de los temidos barberos, que ante habría de dezilles verdugos por la horrible tortura que supone el caer en las sus siempre sangrientas manos. Estaba Ponce afeytando a un señor con su foja favorita, con la que lo mesmo cortaba la barba que los miembros gangrenados, en tanto que me vio entrar a la su tienda.
Abríanse aquí varios caminos:
Feríle en la mano et soltó la gumía. Estonces fincó la rodilla et rogóme que non le matara. Púsele el cuchillo en la garganta et preguntéle quién era et qué fazía allí. Comenzó a balbuzir en árabe, fingiendo non saber el castellano, mas sorprendíle respondiéndole en la su lengua, pues mi padre era moro et aprendiera el árabe en los viages que fize con él. Como non me plugiera la su razón, paréme a le sacar lo que quería por la fuerza. Metíle los dedos en los sus ojos et díxele que habría de selos sacar si non fablara. En tanto que la sangre brotó dellos, pidióme que le dexara. En cabo conseguí que fablara. Díxome que era criado de un señor moro que llegara a la cibdad dos días ha, que aqueste vino al mesón et alquiló las dos estancias cabo del patio et mandóle salir a la plaza et atender a la llegada del jurado para le invitar de su parte a su estancia en el mesón. Mandóle depués echar una poción que le diera en los barriles de vino de la taberna, cuyo efeto en quien la tomara es que faze olvidar todo lo acaescido en el día anterior a cuando se duerme. Por ende el mesonero et otra gente non sabían nada del Diego. Mandóle en cabo se quedar en aquella estancia et vigilar que la poción fazía el efeto esperado. Mas non sabía do podía trovar al su señor, pues non se lo dixiera por si le obligaban a fablar, como agora. A postremería dílo a los alguaciles de la plaza para que lo llevaran a la cárcel et fuera acusado de cómplice de asesinato, et fuyme a la morería para ver si podía pesquisar do estaba el moro.
Fuy al patio, que era el lugar do había más gente. Allí los tratantes fazían negocio con los sus caballos, que mostraban a todo aquel que buscara montura. El más barato, un jumento triste et desgarbado, valía non menos de quinientos maravedís. Había un pozo a un cabo, al qual recudía una moza desde la taberna con un cubo para lo llenar de agua et tornábase adentro. Veýase desde allí la planta superior, guarecida por una barandilla de madera.
Baxé de cabo al Portillo de Corvache et entré en la concurrida Plaza del Potro. Dezían así a aquesta plaza porque se veýan en ella muchas cuadras que mostraban caballos et yeguas et potros que se vendían, peró había tan bien tenerías do los menestrales sacaban al sol los cueros dorados ya labrados et pintados, fixados en grandes tablas, et ferrerías et armerías et muchos mesones et hospederías. Et por ello atestaban la plaza toda clase de gente: tratantes de ganado, mercaderes, soldados et viageros, sin olvidar los rufianes, que se mexclaban entre las gentes onradas por sacar partido de los sus negocios et las sus bolsas, et las putas, que tan bien había allí mancebía. Metíme entre toda aquella barahúnda et busqué alguno de mis conoscidos para le preguntar. Trové estonces a Antonio, a un cabo de la plaza, muy quieto et vigilante, faziendo la su ronda, et dezíale ronda por le dezir algo, pues non era guisado se adentrar en aquel mar de cuerpos sudorosos, do nada se podía veer et poco movimiento se fazía por más que se empellara. Díxome el amigo alguacil que vio entrar al jurado en el mesón de las Trenas, et allá que me fuy.