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viernes, 25 de julio de 2008

La Cofradía Anatema (Aquelarre)

Con la caída del Imperio Romano de Occidente y del inicio de la Edad Oscura (más conocida por los eruditos latinos como la Alta Edad Media) mucho fue lo que se perdió. No estamos hablando, obviamente, de la civilización romana, sino también de su cultura. Muchos saberes se olvidaron. Otros se conservaron gracias al minucioso trabajo de los copistas de los monasterios, agrupados según la norma de San Benito. Los Benedictinos. Los monjes negros. Los guardianes del saber.

Eso dice la historia oficial.

Y como casi siempre, no miente.

Pero tampoco dice por completo la verdad.

San Benito de Nursia era partidario de salvar todo el saber que se pudiera… incluso aunque no fuera del agrado de los ojos de Dios. Por ello piadosos monjes copistas salvaron los viejos textos de San Agustín, sí… pero también textos de magia arcana, como las Clavículas de Salomón, el libro de Simón el Mago y hasta varios textos de los paganos magos zoroástricos. Ni que decir tiene que pronto empezaron las críticas. De ahí nació el nombre de la orden, escondida dentro de los scriptorium, muchas veces oculta hasta para los propios hermanos que compartían monasterio con ellos: La Cofradía Anatema, ya que herejes eran considerados por la misma Iglesia a la que pertenecían.

Ni que decir tiene que la historia de la Cofradía nunca transcurrió de modo sencillo ni fácil. Pronto se produjo el primer cisma importante entre sus filas: Los que eran partidarios de recopilar tanto la magia blanca como la demoníaca, y los que, pese a no negarse a preservar la hechicería, abominaban de toda relación con el diablo. Ganaron los segundos, y de los primeros nada más se supo, aunque, allá por el siglo XVII, apareció una sociedad secreta, llamada “La Cofradía Infernal” que decía ser descendiente de su semilla.

La Cofradía Anatema pronto tuvo que utilizar la magia para sobrevivir, tanto a la hora de defenderse de las fuerzas Malignas que trataban de apoderarse de los secretos que atesoraban, como para ocultarse de la Iglesia que los habría quemado sin dudarlos (tanto a ellos, como a sus escritos). En el siglo XII encontraron lo que podría haber sido su brazo armado, la Fraternitas Vera Lucis, una hermandad dedicada a combatir el mal, de la que en estas páginas también se habla. Pero ese matrimonio de conveniencia duró cien escasos años. La fraternitas atacó en el siglo XIII, durante la cruzada cátara, muchos de los monasterios y castillos donde los cofrades se ocultaban, declarando a partir de entonces la guerra a todo tipo de magia, fuera usada para el bien o para el mal. La Cofradía encontró entonces nuevos aliados en los caballeros del Temple, que por desgracia acabaron cayendo en la corrupción, muchos de ellos adorando al Diablo. Eso motivó la última alianza entre la Cofradía y la Fraternitas, pues ambos aunaron sus esfuerzos para acabar con ellos. Los de la Cofradía pecaron de ingenuos, pensando que se erradicaría sólo la parte podrida de la orden. Pesó más la codicia de los reyes y del clero que la razón y la verdad, y la mayoría de los monjes guerreros fueron exterminados. Todo hay que decirlo, fue el último error de la Cofradía. A partir de entonces se organizaron como sociedad secreta, para muchos considerada una simple leyenda. Pero siguen allí. Escondidos en monasterios y en universidades, acogidos en castillos donde señores benevolentes los protegen, a sabiendas… o no.

Cofrades famosos en la historia han sido Alberto Magno (cuyo discípulo, Tomás de Aquino, acabó traicionándolo); Pedro Abelardo (famoso por sus clases en la Universidad de París y por la defensa de la inteligencia y aún el alma en la mujer); Ramón Llull (Raimundo Lulio para según qué cronistas); Arnaldo de Vilanova (que tras ser médico y consejero de varios Papas hubo de huir a tierra de moros y abjurar de su fe, para salvar su vida); Enrique de Villena (que una vez muerto casi consigue resucitar); Johannes de Bargota (que salvó su vida del Santo Oficio por haber salvado antes la del Papa) y en tiempos algo más recientes Miguel Servet, Galileo y Fray Luis de León.

En la Península la Cofradía fue introducida por un monje anónimo, del cual se conoce sólo el mote con el que firmaba sus escritos: Tanys. Es bastante probable que viviera en Finisterre, o en Noia. Dejó abundantes textos, ya que era muy dado a escribir cartas, y con ellas animó a otros a unirse a la Cofradía hispana, que llegó a ser de las más importantes de Europa. Algunos de los cofrades más destacados fueron los llamados Aker, Ignatz, Chris, “Pintu”, Nyarla, Maercs, y otros cuya verdadera identidad se ocultaba tras similares (e igual de extraños) seudónimos. Tal protección fue de mucha ayuda, ya que la Fraternitas nunca logró dar con ninguno de ellos. Las cartas solían estar escritas en lenguaje críptico, a veces incluso con tinta invisible que sólo se podía leer tras calentar el pergamino en el que estaban escritas al fuego. Por otro lado, los correos siempre mostraron confusión acerca de dichas cartas, y ni aún bajo tortura pudieron decir quién se las había dado ni a quien se la tenían que entregar. Sin duda alguna, habían sido hechizados.

Un viejo dicho reza que allá donde halla una gran biblioteca, habrá un Anatema. Claro que otro refrán, tan antiguo como el anterior, dice que nunca se encontrará a un cofrade si él no quiere ser encontrado. El monasterio de San Gabriel, en el Camino de Santiago (también lugar de reunión de Caminantes); el de Montserrat, en tierras catalanas; las universidades de Santiago, Alcalá y Salamanca son los sitios más notorios de reunión de estas misteriosas gentes, clérigos unos, aventureros otros, estudiosos todos, que luchan contra el mal usando magia blanca, nunca magia negra, a espaldas tanto de Dios como del Diablo.

2 comentarios:

Carlos de la Cruz dijo...

Que ganas tengo de que salga el nuevo Aquelarre :D

Selenio dijo...

Ahhhh... que tiempos aquellos en los que paseábamos por aquellas galerías del monasterio hablando en voz baja de temas extraños.

Un saludo a todos los Cófrades, tanto a los veteranos de mi época como a las más recientes adquisiciones.

Selenio.