Esa noche había quedado con el viejo McKenzie en una pequeña posada en las afueras de Londres. Era un sitio pequeño, lúgubre y con un cierto olor a rancio que encajaba muy bien con el aspecto decrépito del perspicaz anciano.
"Escogí este lugar porque casi nadie acude aquí, y menos de noche" comentó McKenzie, mientras sorbía con calma una pinta de cerveza. "Por otra parte, el dueño es de confianza. Puede contar con que está de nuestra parte".
"Acogedor y tranquilo, ¿no?" respondí, nervioso de todos modos.
"El Doctor M. tiene oídos en todas partes, o en casi todas", replicó, con una mueca desdentada.
De nuevo el anciano utilizaba ese nombre en clave para referirse al supuesto líder en la sombra de todo el Imperio británico. Hacía ya tiempo que me había revelado detalles e información que antes me había parecido intrascendente, pero que a la luz de la fría lógica encajaba de forma perfecta en una conspiración en toda regla. Y en la cima de todo, ese supuesto "doctor".
"Pero, ¿tiene nombre este sujeto?" pregunté otra vez.
"Por supuesto. Pero me temo que si se lo dijese no tardaría usted más de 24 horas en estar muerto" respondió, encogiéndose de hombros.
No pude reprimir un escalofrío al escuchar eso, porque yo ya conocía de primera mano lo que el Imperio, supuestamente bajo el control de ese individuo, era capaz de hacer. Sólo por las dudas que expresé, meses atrás, en el supuesto ataque de Londres por la Liga del Vapor, había sido relegado a trabajar en necrológicas e insulsas fiestas sociales. Pero eso no había hecho más que motivarme más a buscar la verdad.
"Bueno, pues podría entonces hablarme más de la Liga del Vapor. No como la mayoría de la gente los conoce, sino a lo que son en realidad".
"Cierto", respondió McKenzie, asintiendo con calma. "No todos los súbditos del Imperio piensan que la Liga es un grupo de villanos y bellacos. Muchos de ellos han sido alcanzados por su poderosa ayuda, y han dejado pues de creer las venenosas mentiras que propaga el régimen. Otros, de oídas o simplemente porque detestan este gobierno, los han idolatrado como a modernos ladrones de Sherwood, que aunque no es correcto del todo, es mucho mejor que el odio o el miedo ignorante".
"¿Y bien?"
"Paciencia joven" dijo el anciano mientras daba otro largo sorbo de cerveza. "¿Dónde estaba? ¡Ah sí! El Imperio quiere hacernos creer que el monopolio de superhombres lo ostentan ellos, pero afortunadamente no es así. No sólo los Legados del Imperio han experimentado cambios sobrehumanos desde hace años. También gente tan normal como usted o yo. Y al igual que usted, a ellos les llegó el momento de actuar contra este régimen opresivo. Después de todo, la mayor cualidad que poseen no son sus increíbles poderes, sino la capacidad de discernir lo que está bien de lo que está mal, y el coraje de hacer algo al respecto. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, se suele decir. Y como la unión hace la fuerza, incluso seres tan poderosos como ellos decidieron unirse para intentar hacer algo..."
"¿Y porqué los miembros de la Liga no actúan contra el Doctor?" pregunté inocentemente. "¿No saben quién es?"
"Shhhh" replico McKenzie. "No abusemos de su nombre, por si acaso". Tras rascarse la barbilla un momento, continuó. "Nadie sabe dónde se esconde, ni cómo maneja los hilos. Y puede que sea mejor así, no sé si un enfrentamiento directo de la Liga con los ejércitos de Legados y maravillas tecnológicas a su disposición conseguiría nada positivo. No, de momento la Liga debe mover sus piezas por el tablero hasta que el buen Doctor M. cometa un error. Es por eso que algunas personas, como yo mismo, buscamos, indagamos, reclutamos aliados entre personas clave, para descubrir ese momento..." dijo, mirándome intensamente con esos ojos penetrantes que tenía, bajo sus espesas cejas blanquecinas.
Fue en ese momento cuando me di cuenta, estúpido de mí, de que nuestro primer encuentro no fue casual. ¿Qué querría de mí McKenzie? Y lo peor era... que me sentía compelido a ayudar...
"Escogí este lugar porque casi nadie acude aquí, y menos de noche" comentó McKenzie, mientras sorbía con calma una pinta de cerveza. "Por otra parte, el dueño es de confianza. Puede contar con que está de nuestra parte".
"Acogedor y tranquilo, ¿no?" respondí, nervioso de todos modos.
"El Doctor M. tiene oídos en todas partes, o en casi todas", replicó, con una mueca desdentada.
De nuevo el anciano utilizaba ese nombre en clave para referirse al supuesto líder en la sombra de todo el Imperio británico. Hacía ya tiempo que me había revelado detalles e información que antes me había parecido intrascendente, pero que a la luz de la fría lógica encajaba de forma perfecta en una conspiración en toda regla. Y en la cima de todo, ese supuesto "doctor".
"Pero, ¿tiene nombre este sujeto?" pregunté otra vez.
"Por supuesto. Pero me temo que si se lo dijese no tardaría usted más de 24 horas en estar muerto" respondió, encogiéndose de hombros.
No pude reprimir un escalofrío al escuchar eso, porque yo ya conocía de primera mano lo que el Imperio, supuestamente bajo el control de ese individuo, era capaz de hacer. Sólo por las dudas que expresé, meses atrás, en el supuesto ataque de Londres por la Liga del Vapor, había sido relegado a trabajar en necrológicas e insulsas fiestas sociales. Pero eso no había hecho más que motivarme más a buscar la verdad.
"Bueno, pues podría entonces hablarme más de la Liga del Vapor. No como la mayoría de la gente los conoce, sino a lo que son en realidad".
"Cierto", respondió McKenzie, asintiendo con calma. "No todos los súbditos del Imperio piensan que la Liga es un grupo de villanos y bellacos. Muchos de ellos han sido alcanzados por su poderosa ayuda, y han dejado pues de creer las venenosas mentiras que propaga el régimen. Otros, de oídas o simplemente porque detestan este gobierno, los han idolatrado como a modernos ladrones de Sherwood, que aunque no es correcto del todo, es mucho mejor que el odio o el miedo ignorante".
"¿Y bien?"
"Paciencia joven" dijo el anciano mientras daba otro largo sorbo de cerveza. "¿Dónde estaba? ¡Ah sí! El Imperio quiere hacernos creer que el monopolio de superhombres lo ostentan ellos, pero afortunadamente no es así. No sólo los Legados del Imperio han experimentado cambios sobrehumanos desde hace años. También gente tan normal como usted o yo. Y al igual que usted, a ellos les llegó el momento de actuar contra este régimen opresivo. Después de todo, la mayor cualidad que poseen no son sus increíbles poderes, sino la capacidad de discernir lo que está bien de lo que está mal, y el coraje de hacer algo al respecto. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, se suele decir. Y como la unión hace la fuerza, incluso seres tan poderosos como ellos decidieron unirse para intentar hacer algo..."
"¿Y porqué los miembros de la Liga no actúan contra el Doctor?" pregunté inocentemente. "¿No saben quién es?"
"Shhhh" replico McKenzie. "No abusemos de su nombre, por si acaso". Tras rascarse la barbilla un momento, continuó. "Nadie sabe dónde se esconde, ni cómo maneja los hilos. Y puede que sea mejor así, no sé si un enfrentamiento directo de la Liga con los ejércitos de Legados y maravillas tecnológicas a su disposición conseguiría nada positivo. No, de momento la Liga debe mover sus piezas por el tablero hasta que el buen Doctor M. cometa un error. Es por eso que algunas personas, como yo mismo, buscamos, indagamos, reclutamos aliados entre personas clave, para descubrir ese momento..." dijo, mirándome intensamente con esos ojos penetrantes que tenía, bajo sus espesas cejas blanquecinas.
Fue en ese momento cuando me di cuenta, estúpido de mí, de que nuestro primer encuentro no fue casual. ¿Qué querría de mí McKenzie? Y lo peor era... que me sentía compelido a ayudar...
Extracto del diario personal de John Reynolds, redactor jefe del Times, 1898
1 comentario:
Me encantó el primer relato y este segundo no hace más que ahondar mi interés en el tema.
Parece que el Steampunk Victoriano vuelve señores. XD
Selenio.
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