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jueves, 9 de abril de 2009

Número 8

Escrito por Rosendo Chas Patier

Para los vecinos de Black Road, una pequeña comunidad a las afueras de Betlam, la Sra. Sanders era una mujer ejemplar. Cada domingo la voz de la Sra. Sanders se elevaba hasta los cielos con el ímpetu vibrante de una trompeta, y los feligreses se ponían de rodillas y gritaban, sin que en realidad pudiesen oírse sus alabanzas, "Loado sea" o "Aleluya". Las vidrieras de la iglesia temblaban con su chorro de voz. En una ocasión, durante una nota especialmente estridente, la vidriera de la entrada se rindió y cayó sobre Ezequiel Jackson, conocido pecador: "El Señor ha hablado", señaló el predicador.

Y aún así nadie hubiese adivinado lo piadosa y temerosa de Dios que era aquella mujer. Solo el pequeño Troy conocía los límites, o mejor dicho la falta de estos, del amor que sentía Groria Sanders hacia el Señor. Porque todas las noches había que encomendarse al Señor en casa de los Sanders, y el medio más efectivo consistía en azotarse con una especie de fusta con pequeños pinchos de los extremos de las cuerdas que se clavaban y rasgaban la piel. Fue así desde un tiempo después de que al Sr. Sanders se lo llevase el Diablo.

Había demasiado pecado impregnando las paredes de aquella casa. Por eso seguramente la Sra. Sanders decidió quemarla hasta los cimientos... quedándose en el interior para asegurase de que la purificación transcurría como Dios manda.

Troy estuvo un tiempo dando tumbos de una casa de acogida a otra, la mayoría eran familias que alojaban a cuantos más niños mejor para cobrar las ayudas correspondientes. Las peleas con los otros chicos eran constantes y los padres de acogida se deshacían rápidamente de él. Fue así hasta que un buen día le visitó un representante de la Fundación Wayland y le ofreció formar parte de una beca especial para niños víctimas de crímenes violentos.

El orfanato Wayland era un lugar luminoso, tranquilo, un lugar en el que sentirse seguro... pero Troy llevaba los demonios dentro. Aislado desde el primer día, los otros chicos comenzaron a acosarle como hienas a las pocas semanas. Una mañana le cogieron en las duchas junto a la piscina cubierta y trataron de sacarle desnudo al recinto del gimnasio, donde en ese momento ensayaban las animadoras de los Vampiros de Wayland. Y digo "trataron" porque fue imposible: Troy dejó inconscientes a tres chicos, le rompió el brazo a otro, que quedó llorando en el suelo, e hizo escapar a los otros tres.

Y cuando pensaba que eso era todo, que se habían acabado los días de tres comidas diarias y una cama mullida, la severa charla de uno de los directores de la beca, James Goldfield, se convirtió de improviso en "tenemos muchas esperanzas puestas en ti". Y todo cambió de repente para Troy. Por primera vez sintió que tenía un objetivo, un modelo que seguir.

Goldfield comenzó a modelar a Troy, a reconducir sus energías, a transformar los toscos puñetazos en certeros golpes de Jeet Kun Do, los agarrones en llaves de Judo, consiguió incluso que el combate no fuese su primera opción en un enfrentamiento, trajo el equilibrio a la vida de Troy... en la medida de lo posible, al menos. Porque Troy seguía siendo un lobo solitario y le gustaba actuar por intuición, impulsivamente. Quizás si Golfield no hubiera puesto tantas esperanzas en el chico, si no hubiese deseado tanto emular su propio maestro... Troy fue discípulo de Goldfield como el propio Goldfield lo había sido del Sr. Wayland... y el caso es que Troy no se parecía en nada a James Goldfield.

Cuando Troy Sanders se puso por vez primera el uniforme del Centinela se sintió capaz de juzgar y sentenciar a toda la maldita ciudad que yacía a sus pies. Aquella primera noche, volando de tejado en tejado con la ayuda de su arpón, desbarató dos bandas armadas y puso a disposición de la justicia a quince criminales. ¡Solo en una noche! El propio Wayland alzó una ceja en señal de sorpresa cuando Troy se enfrentó él solo a cinco motoristas con armas blancas. Pero cuando más tarde se reunió con Goldfield, que estaba pletórico de orgullo por los resultados de su tutelaje, Wayland le cortó diciendo: "es un salvaje temerario, nos traerá problemas si no consigues domarle".

Dicho y hecho. Pasadas dos semanas de la conversación entre Wayland y Goldfield, Troy puso en peligro con su temeridad a varios rehenes a manos de la Araña Azul. A pesar de la reprimenda, solo un mes después, Troy cayó de un edificio de veinte plantas persiguiendo al Águila por arriesgarse de forma estúpida, y estuvo a punto de perder la vida. Y aunque la reprimenda de Goldfield había sido esta vez mucho más dura, mes y medio después, desoyendo las instrucciones de control, decidió enfrentarse él solo a una banda de atracadores armados hasta los dientes y sobrevivió de puro milagro.

Las discusiones entre Golfield y Troy llegaron a tal punto que la situación se hizo insostenible, pero curiosamente no fue esa la razón de que este último rompiera la baraja. Había muchos sentimientos contradictorios en Troy, desde siempre. A pesar del infierno que le había hecho pasar su madre no había dado la espalda a su religión, y esto chocaba violentamente con los sentimientos que provocaba en él una simple mirada de su compañero, Christopher Bates (número 9), una sonrisa, un roce casual de sus manos...

Se despidió en un simple post-it: "Esto no funciona".

Troy nunca se hubiera ido de saber que unos meses después se produciría la masacre orquestada por Luna Negra. La deserción de Troy hizo necesario que James Goldfield se volviese a enfundar en el uniforme del Centinela, a pesar de su avanzada edad. Troy nunca hubiese dejado que su maestro se enfrentase él solo con Luna Negra y que esta le golpearle hasta casi matarle, una paliza de la que aún le quedan secuelas. Pero todo esto Troy no podía saberlo.

Los años siguientes los pasó en Chicago. Allí no aguantó mucho sin hacer lo que mejor sabía hacer, enseguida se buscó un disfraz y comenzó a patrullar por las calles en busca de criminales bajo el nombre de El Juez. Claro que, sin los recursos del Centinela, no podía enfrentarse más que a rateros y criminales de poca monta. Y aún así, un buen número de veces puso de nuevo su vida en peligro, pero cualquiera hubiese dicho que un ángel de la guarda lo velaba. Tras unos cuantos sustos verdaderamente serios, comenzó a calmarse, comenzó a comportarse más acorde con lo que Goldfield había esperado de él.

Y una noche que, como otras muchas, estaba Troy cenando en un banco del parque que había junto a su apartamento, apareció precisamente James Goldfield, cojeando, y se sentó a su lado. Sin mediar siquiera un saludo, con voz profundamente seria, Goldfield dijo: "Thomas Mann ha sido asesinado, el Centinela te necesita".

2 comentarios:

Undroydproject dijo...

genial... un héroe maduro y serio! bastante plausible!!! Que ganas hay ya de verlo!

Selenio dijo...

¡¿Pero sale ya o ya?!

XD

Selenio.